De madrugada en un aeropuerto, dos conexiones, cinco horas en el último vuelo, película tonta en los televisores del avión y batería de la portátil descargada, no me dejaron otra opción que abandonarme al sueño.
Imaginé que era médico y vivía en un país donde la mayoría de las personas se enfermaban de lo mismo, un caso, otro y así muchos al día. Los mismos procedimientos y medicinas.
En una de esas bajadas súbitas del avión me cambie el uniforme médico por un casco, una regla, varios lápices y planos en papeles de gran tamaño. Diseñaba en el mismo país casas y edificios iguales, empleaba los mismos materiales y por lo general hacía lo mismo.
Una nueva sacudida de la nave y cambié de trabajo, me convertí en taxista. Las calles casi iguales, las conversaciones de los pasajeros, las mismas. Qué le pareció el partido de ayer, sí el portero estaba ciego, el calor más fuerte que el año pasado y la lluvia que no llega, mientras las calles con los mismos baches de la vez pasada.
No recuerdo por cuáles otras profesiones pasé durante mi sueño, pero el golpe de la ruedas del avión en la pista me obligaron a despertarme por completo, había llegado y se acabó el sueño.
Unos días después y reunido con antiguos compañeros de estudio, les relaté mi sueño. Del sueño a la realidad de cada uno, pasamos con rapidez. Recordamos que nuestro grupo universitario, comenzó con 15 personas y nos graduamos 13. De todos ellos, en la docencia trabajamos seis, el resto, salvo dos fallecidos tempranamente, trabajan en otros campos ajenos por completo a su profesión.
De los que aun somos profesores, dos trabajamos en el exterior y el resto lo sigue haciendo en Cuba, nuestro país de origen.
Los que no siguen en la docencia se debe a que encontraron otros rumbos económicamente más interesantes, con otras posibilidades y alejados de la actividad escolar.
Los que aun nos mantenemos en nuestra profesión empezamos a comentar, que sí bien, no es lo remunerada que se requiere, que se trabaja más de lo que es reconocido, es un trabajo donde no hay rutina. Aunque tratemos los mismos contenidos, semestres tras semestres, no es posible repetir lo mismo.
Cada período escolar recibimos nuevos estudiantes, con intereses similares a los demás, pero con formas de aprendizaje diferente.
Comentamos cómo son nuestros alumnos, los cambios que experimentan clase tras clase, cómo unos cumplen más que otros, las diferencias sustanciales entre todos, aun con las mismas asignaturas.
De la charla pasamos a una interesante discusión cuando los ex compañeros de estudios universitarios que no siguen en nuestra profesión, comentaron lo que hacen a diario. Entrar al trabajo a la misma hora, encontrarse con las mismas personas todos los días, realizar tareas similares y volver a sus casas para ver tele.
Pero los que aun seguimos como profesores, señalamos que al llegar a nuestras casas, siempre conversamos de lo que hizo este alumno, o lo que se nos ocurrió para la próxima clase. Llevamos trabajos para revisar y calificar y cuando el sueño nos vence nos acostamos pensando que mañana no será igual a hoy.
Sin menoscabar la importancia de otras profesiones, considero, que en la nuestra la rutina se reduce a informes y otras tareas burocráticas, que por suerte no son cotidianas. No me veo detrás de un escritorio llenando planillas todas iguales, realizando las mismas tareas diarias. Ese día dejaré de ser lo que soy y pasaré a hacer lo que no me gusta; la rutina.